jueves, 2 de febrero de 2012

La Sangre


Me pasa que estoy lleno, que ya no puedo más de oler el mundo,
que me ciega la ira de tanto estar en vela,
que me confundo, que vacilo,
que no resuelvo nada con sufrir las visiones de la muerte,
con gozar de la carne que exalta mi apetito,
con trastornarme solo.
Allí donde no puedo ya más con mi persona,
la desesperación me saca de mi mismo,
y empiezo a ser la boca de la sangre.
Oidme: soy la boca de la sangre
cuando me sale un chorro caliente por mi boca,
cuando me sale el único tesoro
que tengo, por la boca,
como una herida abierta
de cinco mil kilómetros de largo, porque soy mi sangre enfurecida,
condenada a la tisis y al alcohol en la puerta de la mina, y al hambre
del arrabal, y a un poco de amor para que nazcan mis hijos entre espinas.
Pero, oidme: jamás me matarán del todo
ni el llanto ni el tormento,
ni podrán impedirme que corra y me derrame
por la noche y el día, ni me podrán huir,
ni me podrán sellar bajo los cementerios,
porque de allí saldré multiplicado
como el vino que cae sobre todas las bocas.
Poned, poned la boca para que os caiga adentro, para que os fortifique,
porque soy yo el flujo y el reflujo
que arruina o que levanta la cabeza del hombre.
Yo soy la maldición del tibio que prefiere las cenizas al fuego.
Yo soy el terremoto que echa abajo la casa del esclavo. Yo soy
un hombre, como todos, que no enmudece nunca,
porque tengo raíces más hondas que la muerte, y hablaré mientras viva
por este inmenso chorro que vale más que todas las palabras.
Y si cortan mi lengua
todo lo inundaré con mi torrente rojo:
la tristeza, la duda,
la tolerancia, el miedo, la agonía
de los blandos que mueren en colchones de pluma,
sin haber conocido la tierra que mancharon,
sin saber combatido con la naturaleza
que hace hombres a los hombres, y polvo a los gusanos.
Me refiero a los blandos herederos del vicio,
ahogados por la envidia y por la gula,
glotones, trasnochados, abúlicos, perversos,
cuyo padre es el ocio, cuya madre es la grasa.
Y si revientan todos,
mía será la voz, la voz interminable,
aunque los Corredores de la Bolsa se sientan aludidos, y lloren
al ver que el color rojo destruye para siempre al amarillo,
y las rameras ricas enloquezcan de cólera
cuando vean sus túnicas manchadas por mi sangre.
Y aunque los invertidos me pidan de rodillas
piedad para sus mórbidos problemas,
y los viejos y viejas que se quieren salvar al borde del sepulcro
me ofrezcan su fortuna por mi salud espléndida,
mía será la voz, la voz interminable,
y aunque sea maldito,
soy, he sido, y seré
la sangre torrencial que sale de mi boca
que es la verdad del hombre, la lluvia torrencial
que hace crecer el trigo
para todos, y nunca, ya nunca volveré
a decir que estoy lleno, que ya no puedo más de oler el mundo,
que me ciega la ira: de tanto estar en vela,
que me confundo, que vacilo,
que no resuelvo nada con sufrir las visiones de la muerte,
con gozar de la carne que exalta mi apetito,
con trastornarme solo.


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